miércoles, 20 de marzo de 2013

El tesoro de Tutankamón


Autor: Joaquín Daniel Amalfi

El autor tiene 15 años de edad.
Reside en la Ciudad de Mar del Plata.

Cuento publicado en la antología de
 Creadores Argentinos titulada:
La confesión del Silencio
en el mes de mayo del año 2012.


Una noche fría, en Londres, un hombre caminaba por una calle estrecha en la zona central de la ciudad. Era muy alto, tenía el pelo oscuro y un aspecto desagradable, estaba muy nervioso e iba a paso ligero. Luego de pasar por unos contenedores de basura, entró por la parte trasera de un bar muy conocido en el lugar, llamado The Lutties. El hombre dejó su abrigo y su sombrero en un ropero que estaba a un costado de las mesas. Cuando se sentó el mozo lo saludó amablemente.
—Buenas noches señor Martins, ¿qué le puedo servir?
Martins lo miró fijamente y respondió:
—Lo de siempre Thomas.
El camarero captó bien el mensaje y se retiró rápidamente. Minutos más tarde el mozo volvió con un vaso y una botella del mejor vino, le sirvió medio vaso y volvió a su labor.
Era cerca de las 11:00 cuando un hombre se le acercó y le preguntó: —¿Está listo el cargamento?
Martins le respondió moviendo la cabeza de arriba hacia abajo, y los dos se retiraron fuera del bar, se subieron a un auto y emprendieron su viaje hacia el sur de la ciudad.
Llegaron a una casa abandonada, ya era medianoche y empezaba a llover. Diluviaba. Entraron en esa gran mansión y como no había luz encendieron sus linternas, notando que estaba en ruinas: el techo roto por donde entraba agua, las paredes a ladrillo vivo y en algunos lugares había pequeños agujeros desde donde se veían otros sitios de la casa.
—Esta casa está hecha pedazos -exclamó Martins.
Su compañero lo miro y dijo:
—¡Camina que llegaremos tarde a la reunión!
Los dos hombres subieron una larga escalera y se chocaron con una puerta que llevaba a una de las habitaciones más grandes de la casa. Cuando entraron vieron a tres personas armadas, que estaban listas para salir de ese lugar cuanto antes. Martins entró antes que su compañero y les comunicó que estaba todo organizado para viajar a Egipto y encontrar el tesoro de Tutankamón.
Entre los tres, había dos hombres y una mujer. La mujer se llamaba Michelle Fox, era hábil y ágil y también muy hermosa, había participado en una de las expediciones para encontrar el Santo Grial y tras ese fracaso quiso unirse a esta importante búsqueda para adquirir experiencia y ganar dinero. Uno de los hombres se llamaba Samuel Gringston, era especialista en física y conocía perfectamente la historia y el territorio egipcio, su estatura era entre un metro setenta y un metro setenta y cinco. Gringston no era muy fuerte. El otro hombre se llamaba Tom Fox y era el hermano de Michelle, medía más de un metro ochenta, era muy fuerte y experto para los combates cuerpo a cuerpo, tenía el pelo negro y corto, había sido soldado del ejército americano. Fox no tenía muchos conocimientos pero necesitaba el dinero y estaba dispuesto a encontrar el tesoro buscado.
Un instante después que Martins dejó de hablar, Michelle aga-rró su revólver, lo cargó y tomó sus cosas, lo mismo hizo el resto del equipo. Minutos después salieron de la casa, se fueron por atrás para no levantar sospechas, se dirigieron al auto en el cual habían llegado John Martin y su compañero, Wilson Baskerville. La mujer, Gringston y Tom abrieron el baúl y vieron que había varias escopetas y ametralladoras, seguramente para evitar problemas en el camino. Subieron al auto y partieron rumbo a la ruta en donde se encontrarían con Martin Carric, quien estaría preparado para pilotear el avión que los llevaría a Egipto.
El escuadrón atravesó la ciudad de Londres, cuando estaban en las afueras dos autos empezaron a perseguirlos con el fin de detenerlos y que no llegaran al avión.
—Apurate Martins que nos están alcanzando -exclamó Samuel al darse cuenta que los enemigos estaban pisándoles los talones.
—Estoy haciendo lo mejor que puedo -contestó Martins.
De repente Wilson agarró un par de granadas y las lanzó fuera del auto para detener a los perseguidores. Segundos más tarde se produjo una explosión tan grande que encandiló a todos y provocó el estallido de uno de los autos y la colisión del otro.
 —Bien hecho amigo -gritó Tom- felicitando a su compañero.
Martins aceleró por miedo a que otro grupo de autos los interceptara.
Minutos más tarde llegaron al lugar donde se hallaba el avión, se bajaron del coche y caminaron cincuenta metros hasta encontrarse con Martin Carric, quien era el piloto.
—Hola viejo amigo -saludó Martins.
—Buenas noches -respondió Carric.
—¿Todo listo? -preguntó el piloto.
—¡Sí! -exclamó Tom.
Tom y Michelle empezaron a subir el equipaje al avión y Martins montó guardia y vigiló los alrededores del lugar. Mientras tanto Samuel abrió su mapa y le indicó al piloto qué ruta tomar. Despegaron.
Casi al final del viaje los que estaban adormecidos se despertaron porque el avión empezó a sufrir turbulencias. Minutos después la parte trasera del avión se desprendió tras una fuerte explosión. Wilson, quien viajaba en la parte trasera del aeroplano, se logró agarrar del asiento de Tom.
—Sostenme amigo -gritó Wilson.
Tom se dio vuelta y tomó a su compañero de las manos y lo jaló hasta ponerlo a salvo. Todos agarraron un paracaídas y se lanzaron del avión. Todos… excepto Carric que quedó trabado con su cinturón de seguridad y no pudo saltar a tiempo. El equipo aterrizó en una montaña, Tom se dislocó el hombro, Samuel pudo arreglar el brazo de su compañero. El equipo se reagrupó y ahí se dieron cuenta de que faltaba Carrick.
—Falta Carric -exclamó Michelle, al darse cuenta de que eran cinco personas y no seis.
—Tienes razón, voy a buscarlo -dijo Martins y Tom lo siguió.
Subieron hasta lo más alto de un médano. Wilson miró hacia todos lados y no vio rastros del avión ni de su amigo. Martin pudo observar el aeroplano y todo el equipaje desparramado.
—Miren, ahí está -gritó Martins y al instante todos estaban bajando la montaña de arena en busca de su amigo y sus pertenencias.
La primera que llegó fue Michelle, y no le sorprendió a nadie porque era la más ágil del equipo. Luego llegaron Martins, Wilson, Samuel y por último llegó Tom sofocado y casi sin respirar.
Se sorprendieron porque el avión estaba destrozado por completo y sus partes repartidas por todos lados. Buscaron desesperadamente a Carrick y lo encontraron en su asiento, estaba caído en unas arenas movedizas, casi muerto. Intentaron sacarlo pero no pudieron.
—Dale esto a mi hija -dijo Carrick entregándole a Martins un reloj de oro con una foto de él con su esposa fallecida dos años antes. El reloj estaba lleno de arena y un poco rayado pero seguía funcionando.
—Se lo daré amigo mío, apenas volvamos a Londres iré a su casa y se lo daré -dijo Martins casi llorando por el mal momento que habían vivido. Carrick murió rato después.
—Descanza en paz -dijo Martins, se dio vuelta y guardó el reloj en su bolsillo para tenerlo seguro.
Michelle y Samuel encontraron las armas y llamaron al resto del equipo, todos agarraron sus armas y Samuel abrió el mapa para tratar de ubicarse.
—¿Qué haremos? -preguntó Michelle desesperada.
—No queda otra opción que caminar hacia el norte y llegar a alguna aldea -respondió Samuel.
—Será difícil ya que no tenemos agua ni comida -dijo Wilson muy preocupado.
—Lo lograremos, no tengo la menor duda -dijo Martins.
Empezaron a caminar en busca de agua y comida. Caminaron varias horas con el sol encima de ellos. Cuando creían que iban a morir vieron a cinco hombres cabalgando hacia donde estaban ellos. Todos empezaron a saltar y a hacer ruido con la esperanza de que los vieran. Los jinetes se detuvieron al escuchar tal barullo, se acercaron a ellos y les preguntaron:
—¿Quiénes son y qué hacen aquí?
Martins iba a responder cuando uno de los jinetes dijo:
—Un momento… ¿tú no eres Tom Fox?
—Sí… ¿nos conocemos? -exclamó muy confundido.
—Sí, ¿no me recuerdas? Fui compañero tuyo en el ejército, soy Jimmy Wilde.
Todos miraron a Tom, esperando su respuesta.
—Claro, sí te recuerdo, estabas en mi escuadrón.
—Vaya estás muy diferente.
—¿Dónde iban? -preguntó Jimmy.
Tom iba a responder pero Martins se le adelantó.
—Nos dirigíamos hacia el Cairo pero nuestro avión estrelló y ahora estamos perdidos.
—Nosotros también íbamos hacia allí -respondió.
—Si ustedes quieren los podemos llevar -dijo uno de los compañeros de Jimmy. El equipo estuvo de acuerdo y cada uno se subió a un caballo.
Cabalgaron unas dos horas y finalmente llegaron a la ciudad.
—Gracias por traernos hacia aquí -dijo Tom muy agradecido.
—Por nada amigo.
—Seguro que nos volveremos a ver - le dijo Jimmy
—Seguramente -afirmó Tom.
Los jinetes se alejaron y el escuadrón se dirigió hacia un hotel para poder alojarse y descansar.
Al otro día, Martins y Tom que se levantaron temprano, fueron a ver a Jimmy para contarle qué pretendían y para pedirle su ayuda. Al llegar a la casa de Jimmy, observaron que era una gran mansión. Martins llamó a la puerta y retrocedió unos pasos para esperar que le abriesen. Unos segundos después el ama de llaves los atendió amablemente.
—Buen día. ¿Qué necesitan? -preguntó la mujer.
—Queríamos ver al señor Wilde -respondió Martins.
La mucama abrió la puerta y los hizo pasar.
—Esperen unos minutos por favor -dijo la mujer. Subió rápidamente, llamó a Jimmy.
Unos minutos después él bajó y los invitó a entrar al comedor.
—¿Quieren tomar algo? -preguntó el dueño de la casa.
—No gracias -respondió Martins- vinimos a preguntarte si nos ayudarías a encontrar un tesoro.
—¿A qué tesoro se refieren?
—Al de Tutankamón, es por eso que estamos aquí en Egipto.
—No lo sé, muchos viajeros han intentado encontrarlo pero han fracasado -respondió el Sr. Wilde.
—Por favor si lo encontramos tú te quedarás con parte del botín.
—De acuerdo, me han convencido.
—¿Cuándo empezaríamos con la búsqueda? -preguntó Jimmy.
—La idea era empezar hoy -respondió Martins.
—Ok, me prepararé y estaré listo al mediodía. Denme la dirección de su hotel así los paso a buscar -dijo el Sr. Wilde.
Jimmy la anotó rápidamente. Luego de esto se levantaron, se estrecharon la mano y se despidieron.
—Será hasta el mediodía -dijo Wilde.
—Sí señor lo esperaremos -dijo Tom.
 Los dos amigos salieron de la casa y se dirigieron hacia el hotel en el cual se alojaban dispuestos a desayunar, cuando llegaron encontraron a sus amigos en el comedor.
—¿Dónde estaban? -preguntó Michelle muy preocupada.
—Sólo fuimos a visitar al señor Wilde -respondió Tom.
—¿Para qué? -cuestionó su hermana.
Todas las miradas fueron a parar hacia Tom.
—Fuimos a preguntarle si nos podía ayudar en la búsqueda, ya que nos falta un hombre.
—Yo no confío en ese sujeto -dijo ella.
—Vamos, es un amigo y es de confianza -le dijo su hermano enojándose.
—De acuerdo tú sabes lo que haces -respondió la mujer.
—Vamos a desayunar porque el Sr. Wilde nos espera al mediodía -dijo Martins.
Luego todos fueron a preparar sus cosas para empezar la aventura. Una vez listos salieron a la calle y esperaron la llegada de Wilde. Minutos después Jimmy llegó en una camioneta preparado para iniciar la búsqueda.
—Suban amigos -gritó Wilde.
Al instante subieron a la camioneta y antes de partir la mucama del hotel le dio a Martins un collar con una figura de un triángulo y con una cruz en el medio.
—Tome esto, le servirá una vez dentro de la pirámide -dijo la señora.
—Muchas gracias seguramente la necesitaré -agradeció Martins.
La camioneta arrancó y partieron hacia las pirámides. Samuel los guiaba con su mapa.
La verdadera aventura acababa de comenzar.